La belleza y la tragedia de un jueves de lluvia

Quisiera ser poeta un jueves de lluvia, y puede que éste sea mi naufragio final, mi naufragio sin ser mojado y sin ser salado. Un jueves de lluvia. Despierto en un naufragio con sabor de nuevo, como en un resabio dulce, como las alas nuevas de un vino. Puede que sea el falaz idilio de un sueño, puede que sea la verdad escondida en un juego. Pero sí, estoy seguro. Todo sucedió en un jueves de lluvia.

Puesto que cada vez mis versos, mis palabras, mis letras son más rocío de la madrugada envueltas en hojas de papel que epitafios de mis cuadernos muertos pletóricos de líneas, rayones y garabatos. Este rocío me cuenta cada mañana historias imaginarias, sin ser conocidas aún, sin ser pensadas aún; me cuenta con tiza gris como los ángeles se precipitan, como se enfadan con sus alas, como pelean en su ebriedad. Pero sí, estoy seguro. Todo esto sucedió en un jueves de lluvia.

Me visitaron cuatro truculentos, tiernos, amados y extraños entes: la arrogancia, la tristeza, la soledad y la felicidad me visitaron, un jueves de lluvia. Estaban tomando café, libando y algunas cosas más; cuando de pronto tocaron a la puerta de mi puerta. No me encontraba. Luego tocaron en mi ventana, salí apresurado al llamado; interrumpiendo mi reunión con un poeta, un loco, un filósofo y un dios. La arrogancia, la tristeza, la soledad y la felicidad. ¡Todos ellos, impúdicos, me apuñalaron! Por desgracia no caí muerto, no sangre, no morí; solamente fui confinado al olvido, ellos me arrebataron una cruel vida, me pisaron para no dejarme morir. Pero sí, estoy seguro. Todo sucedió en un jueves de lluvia.

Ahora existente pero sin vida, ¡Ahora sí! Comprendí todo, ellos fueron quienes habían asesinado a mis lágrimas, a mis sollozos. Ellos fueron los culpables de aquel increíble suicidio. ¡Maldición! Tuvieron más suerte que yo, al menos murieron.

Ahora me dedico a escribir, me dedico a cavilar, me dedico a soñar. Demasiado tarde, ¡Ya no tengo vida! Quiero recuperar a mi vida y a mis lágrimas. Mi vida me envió un telegrama diciéndome que está más feliz que nunca, en un mundo inexistente; y mis lágrimas, mis sollozos mueren de asfixia, pero no quieren volver, quieren acompañar a mi vida, quieren pelear con los ángeles. Quieren matarlos. Talvez recuperaré este sentido extraviado, quiero recuperar otro sentido de vivir, talvez persistiendo en escribir, en cavilar, en soñar. No lo sé. Lo intentaré.

Pero a mi vida, mis lágrimas, mis sollozos ya no los quiero, que permanezcan felices. ¡Ahora sí! A los truculentos, tiernos, amados y extraños entes los denunciaré con el poeta, el loco, el filósofo y el dios, quizás invite a una personificación ausente del bien. No lo sé. Lo pensaré.

Pero sí, estoy seguro. Todo sucedió en un jueves de lluvia.

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