Plenilunio (49585)

Han pasado unas cuantas semanas desde aquel beso furtivo que aconteció entre ella y yo. Fue un beso fugaz, todo muy rápido, con cierto sabor a licor, amargo pero dulce, como los siguientes que vendrían con los días; pero, sin importar el tiempo, lo recordamos hasta que volvimos a vernos, y así, hablamos de ello. Resultó que podríamos ser todo y ser nada, como respuesta mía, claro; según ella, –¿o quizás yo no comprendí la abstracidad del asunto, como debía ser?–, pero todo se resumía o toda respuesta era un “no sé” (puede ser que por sus relaciones pasadas acabadas de muy pronto). Tal contestación a mí me desesperaba y me exasperaba, no sabía exactamente qué hacer ¿esperarla, pues podría surgir de todo esto algo muy bonito o comportarme como el perro descarado, asqueroso, egoísta y malvado que siempre he sido? Muy naturalmente, a la primera oportunidad que se me presentó –aunque yo la busqué, llamando en un momento de soledad a una amiga del pasado– para tomar mi decisión: opté por la segunda opción. Al despedirme de esa mujer, corrió lenta y dolorosamente un sabor amargo por mi boca… Esa noche no la pasé muy bien, quizás porque la tarde de ese mismo día, la había pasado entre besos, caricias, palabras al oído, etc. con la mujer de antes (es decir, con la que estoy hablando en este relato). Me aguanté, lo soporté con desdén y mi conciencia me obligó a pensar en ya no volver a hacer algo similar. –Tal conciencia me perturbó, muy posiblemente, por primera vez.

Pasaron los días y las noches, y todo estaba muy bien, ahora sí, los besos, las caricias y las palabras al oído, etc. se volvieron como rutina, eran sólo mías y las mías eran sólo suyas: un engaño puede ser, o una ilusión, una ígnea imagen, peligrosa, perniciosa, tan transparente que obvié en mi desatino y mi ceguera, algo a lo que no debía aprenderme.

Hace poco sucedió, lo que sirvió como de impulsador a toda esta desgracia. En un bar, ya algo entrada la noche, el ambiente era oscuro, caliginoso, romántico y desagradable, apto como para un suicidio, una declaración de amor y toda la zalamería que eso conlleva, o como para una explosión. Como lo muy natural en mí, escogí la tercera opción: “Un ataque de celos”, –no soporté ver su boca tan cerca de la suya, sus ojos de lujuria, su mano en sus piernas, su bífida lengua saliendo con lascivia de su boca y su torva sonrisa estrangulando mis sentimientos, ¡no lo soporté! ¡era inaceptable! Sucumbía ante mi absurda y enriquecedora pasión– que hicieron los siguientes días insoportables. Esos días sin gracia los toleré sin ningún desafuero en mi carácter, en mis reacciones tajantes y estúpidamente impulsivas, y en mi tono de voz, en mis inflexiones: besos, caricias, palabras al oído, etc., y además de tener la esperanza de resolver todo, y sus ojos fríos y enternecedores viéndome sin compasión alguna, con desprecio, pero con amor.

Aún tengo esperanza, aunque es muy poca, debo confesarlo. Pero, aguardaré expectante el resultado final de esta partida. Ella seguramente sigue estando allí, en algún lugar, perdida ante mis ojos. No responde a mis llamadas, mis clamores desgarrados al cielo parecen no ser escuchados, o son demasiados bajos, desdeñables y deplorables. Mi plañidero corazón se encuentra roído, desahuciado y harapiento, en alguna esquina de la ciudad, disfrutando su suplicio, y apesadumbrado por su martirio; mi alma, cuerpo y espíritu aguantan embriagados de desolación y demás excesos por mi depresión, y viven en narcosis plena y profunda para seguir –con algo para pasar tiempo.

Al menos yo sigo vivo… aún.

Te llamé durante todo el fin de semana. Nadie contestó. Busqué alivio en un lazo y en una viga… Ahora puedo verte de todos lados, pero ya no puedo tocarte.

Este, Jean de la Bruyere (1645 - 1696), era un francés (por si no sabían), escritor y moralista. Este, dice Wikipedia, desarrolló, un estilo, de frase rimada en la cual los efectos de ruptura son preponderantes. Y los escritores que siguieron su camino estilístico fueron: Marivaux, Balzac y Proust, pasando por Andrá Gide.

La Bruyére murió en Versalles la noche del 10 al 11 de mayo de 1696. Antoine Bossuet, hermano del obispo de Meaux, relata lo ocurrido aquella noche: "Cené con él el martes 8, estaba contento y su aspecto era inmejorable. El miércoles y el jueves los dedicamos a pasear y realizar diversas visitas, cenamos a las nueve de la noche, él comió con apetito, sin ninguna premonición, de pronto perdió el habla y su boca se torció. M. Félix, M. Fagon, médicos de la corte, acudieron en su ayuda. Nada pudo hacerse… Él me leyó (dos días antes) los Diálogos que había escrito acerca del quietismo, que no eran, para nada, una imitación de las Lettres Provinciales (él siempre fue original) eran sus diálogos escritos a su manera. Es una gran pérdida para todos nosotros que lamentamos profundamente".

Sain-Simon, al referirse a su fallecimiento lo hizo en estos términos: "El público ha perdido muy pronto a un hombre ilustre, tanto por su espíritu, como por su estilo, y por el profundo conocimiento que tenía de los hombres: tengo que deciros que La Bruyére, murió de apoplejía en Versalles, después de haber superado a Théophastre con sus escritos, y haber hecho la semblanza de las gentes de nuestro tiempo y de sus nuevas costumbres de una manera inimitable. Fue un hombre honesto, buen amigo, sencillo, en lo absoluto pedante, y muy desinteresado. Yo le conocí profundamente, y lamento tanto su pérdida porque, dada su edad y su salud cabía esperar grandes obras de él".

La Bruyére murió célibe y pobre. Algunos dicen, que pudo haber muerto envenenado, siendo el homicida alguno de los que, este francés, se esmeraba en joder.

De él se dijo que: "su humor agrio fue admirablemente utilizado por un estilo incisivo, áspero, nervioso, audaz hasta extremos insospechados.

Bajé todo esto de "Wikipedia" -ignorando el odio que le tengo (por distintas razones)-, pues, porque, al parecer no ha sido un personaje trascendental para el mundo entero (así, como otros), aunque sí se le puede sacar cosas muy buenas. A mí en lo personal, me recordó mucho a Balzac, aunque en realidad, debería ser que Balzac me recordó mucho a este francés.

Un anacoreta enamorado

Aunque escondidas en
cuadernos, siempre son
lindas ante el tiempo,
vivas son con los vientos.

Ellas huyen por el so,
¡ninfas escurridizas!
bellas canciones en vos,
espejismos de risas.

Y bajo barahúndas
yo guardo el momento,
y las pinto en juegos.

Les escribo cien versos,
las beso en silencio
¡ninfas escurridizas!

Alba

Con su falda mostaza y una blusa negra de manga larga, tomó con paciencia una guitarra plácida y empezó a recordar lánguidamente los viejos acordes y tiempos cadenciosos de su adolescencia.

Desastre perfecto

El viejo anda caído, el viejo anda cabizbajo y acabando con su delirio…

Sales varía


La subjetividad de la belleza, la agonía de la aglomeración y el cenit de la soledad risueña. La apoteosis a las efigies, a los ídolos, a las beldades. A tu sombra, a tu figura. Ando en busca de un sueño perdido, de apariciones, de revelaciones con rayos poderosos, estruendosos, pero tenues y vagos… Ando en busca de una danza sensual a la luz de la luna, al alba, a la caída del rocío, del cielo azul, del blanco algodón, del crepúsculo estelar. Ando en busca también de ojos vivos e íntegros, todos partidarios del astro rey solar. Todos poetas, todos ojos poetas, todos amantes, empapados de pasión, ahogados de amor. Ando en busca de algo, quiero poseer el espacio y compartir el tiempo, y entregar todo en plato bordeado de suave oro.

¡Querida!

¡Oh muerte querida! Ahora toda está en silencio, callado como cuando empecé a tener memoria y a andar, antes de que me crecieran las barbas. ¿Vida? ¿Muerte? Diferencia alguna no encuentro... Sin ruido que seguir, camino en el vacío. Nada más. Mis oídos no escuchan, mis ojos no ven, mis manos no sienten. Todo es uno. Vivo y muero en un mismo tiempo ¡Oh muerte querida! forma de sustancia, la nada desastrosa que me vino en forma de bala, ahora me acaricia, con suaves manos, mis cabellos. La noche me parece enorme, eterna y bella, tal cual lo era antes. Las estrellas refulgentes destellan, por momentos, simplemente para mostrarme el camino. Para ver pasos anteriores de fantasmas anteriores, que destrozaron los escombros, armaron la Urbe, hablaron del secreto perdido, de lo encontrado, de la chispa memorial, de los siglos vetustos, de la luz de los ruidos que no escucho, del momento de mi aurora, de la luz... Mi elevación sacudirá todo espacio confinado. La muerte, me ha sustraído del dolor, me ha comentado lo visible e invisible.

Cada vez me siento más cerca del camino al sol.

Nací y morí

Yo nací un día muy lejano. Nací del corazón del cielo. Mis padres, aún no los conozco. Con el agua soleada de mi villa, me bañaba, bebía de esa misma agua cristalita, y la adoraba como a aquélla que me daba vida. Yo jugaba con las montañas verdes, lozanas y jocundas de mi pueblo. A mi alrededor todo permanecía tranquilo, callado, sólo se escuchaba mi risa que brotaba pura de mí; viajaba libre por el aire invisible, que yo mismo respiraba también. Otro día, yo nací nuevamente. Nací del pecho de la tierra. Pero, esa tierra, no era la tierra verde e imperecedera que yo recordaba de tiempos anteriores -¿o acaso recordaba solamente ilusiones?. La tierra, ahora, era seca, café pálido, infecunda, árida. Cuando corría por sus laderas, su piel raspaba mis pies; de mi piel brotaba sangre, encontraba llagas que aruñaban mi cuerpo, y sentí algo nunca antes sentido, nunca había experimentado algo tan horrible, a esto, no tuve opción que ponerle como apelativo "dolor". El dolor -incluso de sólo mencionarlo me tiembla la voz- era algo contrario a mi alma.

Ahora de mi boca ya no salía pronunciada la risa. ¡Ah, la risa! Tan añorada, tan lejana, tan distante. Mis músculos ya no se contraían, mis pulmones ya no vibraban, mis ojos ya no se abrían rutilantes... sino para otra cosa que llorar, mis ojos en vez de ser brillantes como una estrella, ahora se llenaban de la lágrimas saladas, permanecían oscuros, llenos del horroroso dolor y la angustiosa agonía. De este modo, pasé mucho tiempo, con la tristeza en mis manos, hasta que una noche sombría morí. Mi corazón ya desfallecido dejó de latir, mi cuerpo exánime ya no podía andar, no podía correr, ni saltar, ni jugar más.