Nací y morí

Yo nací un día muy lejano. Nací del corazón del cielo. Mis padres, aún no los conozco. Con el agua soleada de mi villa, me bañaba, bebía de esa misma agua cristalita, y la adoraba como a aquélla que me daba vida. Yo jugaba con las montañas verdes, lozanas y jocundas de mi pueblo. A mi alrededor todo permanecía tranquilo, callado, sólo se escuchaba mi risa que brotaba pura de mí; viajaba libre por el aire invisible, que yo mismo respiraba también. Otro día, yo nací nuevamente. Nací del pecho de la tierra. Pero, esa tierra, no era la tierra verde e imperecedera que yo recordaba de tiempos anteriores -¿o acaso recordaba solamente ilusiones?. La tierra, ahora, era seca, café pálido, infecunda, árida. Cuando corría por sus laderas, su piel raspaba mis pies; de mi piel brotaba sangre, encontraba llagas que aruñaban mi cuerpo, y sentí algo nunca antes sentido, nunca había experimentado algo tan horrible, a esto, no tuve opción que ponerle como apelativo "dolor". El dolor -incluso de sólo mencionarlo me tiembla la voz- era algo contrario a mi alma.

Ahora de mi boca ya no salía pronunciada la risa. ¡Ah, la risa! Tan añorada, tan lejana, tan distante. Mis músculos ya no se contraían, mis pulmones ya no vibraban, mis ojos ya no se abrían rutilantes... sino para otra cosa que llorar, mis ojos en vez de ser brillantes como una estrella, ahora se llenaban de la lágrimas saladas, permanecían oscuros, llenos del horroroso dolor y la angustiosa agonía. De este modo, pasé mucho tiempo, con la tristeza en mis manos, hasta que una noche sombría morí. Mi corazón ya desfallecido dejó de latir, mi cuerpo exánime ya no podía andar, no podía correr, ni saltar, ni jugar más.

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