En ella...

Ella está extraña hoy; ella está extraña otra vez. Al escuchar su voz, sus palabras salen de su boca, distintas, indiferentes, silenciosas y con argucias desagradables. El “te quiero” de hace dos días, hoy no se asomó. Ella está extraña. Seguramente algo más sucede, algo que no me quiere decir, algo que, muy lógicamente, quiere callar. Mientras seguíamos conversando, quizás, hablando, quizás, sólo pronunciando palabras; ella no escuchaba, yo las repetía, ella seguía sin escuchar… Hablamos, pronunciamos las palabras, acerca de la extrañeza del hombre, de esa misma noche, de entre ella, y consecuentemente (para ella), de entre mí. De lo extraño que es y ha sido todo. Del miedo hacia cosas que nunca antes habían pasado, del ¿miedo? o angustia, o embelesamiento, o melancolía, nostalgia para tiempo después. Pero ella está extraña. Luego, un sonido seco, una interrupción apagó nuestras voces, y ya no se escuchó nada, hasta unos minutos después. Todo seguía igual. Nada había cambiado. Otro sonido seco, apagó durante toda la noche nuestras voces, hasta hoy. Y sigo pensando que está extraña.

Mis pensamientos incisivos se acusan en mi mente, y allí queda todo. Pensamientos incisivos, molestos, que me impelen hacia otros actos que me avergüenzo de mencionar. Ahora, sigo allí, viendo qué pasa, viendo qué podría pensar, viendo qué podría pasar, cuando sigo pensando en ella.
Mil veces, por las noches,
en su absurdo lecho de muerto,
un viejo asqueroso, encantador,
tierno, pero maltratado y,
en cuestiones siempre parecidas,
aborrecible por sus congéneres;
de vez en cuando, se recordaba,
muy bien, cuando se recordaba...
el viejo asqueroso y tierno contaba:

"Éramos sólo un grupo de jóvenes
que de vez en cuando pensaban en la muerte,
y en cómo morir y en qué decir, sólo,
éramos ólo un grupo de jóvenes."

Luego, después de una pausa entrecortada, como que cuando quería tomar aire para seguir contando, para seguir hablando y pestañando, este viejo, repantigado en una silla de madera astillada que rechinaba horriblemente cuando se mecía, el viejo, el que contaba. Entonces, así, retomaba el aire, hacía como que lo retomaba, y cuando una ráfaga de aire frío y entornillado se asomaba por su silla astillada, el viejo, el narrador, con una mano se rascaba la cabeza, botando todos sus cabellos en un momento y se los pegaba rápidamente, muy rápidamente, para ser un viejo con la otra mano; y así, el viejo se imprecisaba y continuaba.

"Gente joven para morir, para ganarle
al tiempo angustiado que piensa en la muerte,
pues a nosotros la muerte se nos abría,
los corazones, el corazón y la savia."

Y el viejo trataba de recordar más, de sus momentos en lontananza, aquellos más viejos aún, y si ya no se le ocurría algo más para dormir, el viejo se echaba a dormir, y dormía y dormía largamente, por mucho tiempo, repantigado en su silla astillada.

Un día ese viejo -esto me lo contó un viejo- ya no siguió contando, se acabó, al viejo lo veían, pero sólo así, lo veían, no hablaba, apenas miraba, apenas lo miraban, ya no pestañaba el viejo y muy ocasionalmente, casi nunca se rascaba la cabeza; y dice el viejo que el viejo se hizo un bastón de madera muy vieja, de un árbol viejo seguramente, y luego, solamente veían al bastón en la silla, al viejo, dice el viejo, ya no se sentaba nunca en la silla astillada, y sólo el bastón viejo quedó como recuerdo del viejo.

Mientras tanto

Vivo en un mundo ahogado en alcohol,
(bueno, todos vivimos en éste, aparentemente),
cosa que es la más rescatable de todas,
aturdido de desidia,
colmado de desdén,
y repleto de estupidez;
vivo, nada más, alguien tiene que hacerlo,
(bueno, vivimos todos, nada más, no queda),
vivo en un sueño y sueño mientras vivo,
soportando el día,
calentando la noche,
y sobreviviendo al mediodía;
vivo mientras tanto, sacudiendo las montañas,
aludiendo al espacio conflagradado,
(bueno, como muchos y siempre como pocos),
abriendo cartas,
escribiendo "versos",
soñando deseos,
imaginando,
inventando,
viviendo la vida.

Quien

Hay quien en un verso se juega el alma,
mi amiga la perdió de este modo,
intercambiándola por pasión, nada más,
sus ojos fríos, llorosos y alegres
prorrumpían en gritos de algarabía,
de satisfacción, de pasión [sentimental];
se cuenta en el tiempo, las olas dicen,
ella, lo dice, el demonio lo dice,
dios lo dice, la lujuria lo exclama:
¡Hay quien se juega el alma por un beso!
[Hay quien en un beso se juega el alma]

Tú y entre

Estás tú, las estrellas, el sol amarilloso,
y tus uñas rasgando el telón de la noche,
aquel firmamento azul, negro, naranja, rojo,
lleno de alaridos demacrados, y dulces, y viejos;
y estás tú otra vez, vos, usted, tu voz, silencio,
tu sombra caminando, arrastrándose, tosiendo
en la soledad pavimentada de una calle vacía,
y las avenidas y los bulevares, y las casas,
y todo se une entre ti, el cielo, averno,
el deseo corrompiendo el deseo límpido.

Mi bostezo

Yo bostezo nada más que por desidia, por desprecio, nada más que por indulgencia hacia mi, que por hambruna y soledad, que por tedioso y luego, por ocioso; al final me parece que sobreto es por pereza... indolencia absurda, malobrada y por consiguiente solapadamente esmirriada.

Los besos tuyos

¡Oh, los besos tuyos! Has vuelto a recordármelos, ahora, qué hacer, no me queda más que repetir el día anterior y, volver a pensar en los besos tuyos.

Broche

He estado moribundo,
agonizando visiones
que he de vislumbrar algún día,
quizás concibiendo el acto fatal.
Todo parece una llamada
que no se escuchó
a la cruda luz del alba:
Ella lloraba por las noches
se despertaba con lágrimas sin broches
quizás premoniciones alegóricas,
seguramente infernales, tenebrosas–-
sueños impactados en la paredón–-,
del cruel y macabro pasaje,
de la imaginación a la subrealidad.

En un momento

Pareció que en el momento
con estupor me ensimismé,
y ya aturdido por varios ojos
y el silencio que desemboca
el viento en un momento del azar
--entre los versos
que funcionaron como saetas sin objeción.
Y dormité en un sueño
ya recogido,
ya disipado,
ya adormilado
envuelto en la disolución.

Pécora detestable

Estoy en un lugar lúgubre, vacío y espantoso.
El ruido en mis oídos explota todo sonido,
yo en un momento la toqué, la besé y la abracé.
¡Pude llegar a haberla querido como al cielo!
Pécora detestable del Hades, mujer desastrosa…

Permanezco en el lugar lúgubre, vacío y espantoso,
mi ira sube por mi cabeza, quiere salir por mis ojos,
anuda mis intestinos, y con placer los revienta.
¡Maldita seas extraña! Ella besa al monstruo… para nada.

Una vez quise enaltecerte, endiosarte y amarte,
elevarte a las cumbres más altas de los divinos cielos,
y ahora, un puñal me desgarra la piel en el pecho,
hórrido de dolor, amargo sabor del ya muerto amor.