Con su falda mostaza y una blusa negra de manga larga, tomó con paciencia una guitarra plácida y empezó a recordar lánguidamente los viejos acordes y tiempos cadenciosos de su adolescencia.
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No quedan más que hojas sueltas para rayar, para rasgar, para pasar el tiempo mirándolas, encaramándose en su soltura, dibujando retazos de palabras que, sueltas, se van imaginando, se van rastreando entre su propia solidez.
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