Mil veces, por las noches,
en su absurdo lecho de muerto,
un viejo asqueroso, encantador,
tierno, pero maltratado y,
en cuestiones siempre parecidas,
aborrecible por sus congéneres;
de vez en cuando, se recordaba,
muy bien, cuando se recordaba...
el viejo asqueroso y tierno contaba:

"Éramos sólo un grupo de jóvenes
que de vez en cuando pensaban en la muerte,
y en cómo morir y en qué decir, sólo,
éramos ólo un grupo de jóvenes."

Luego, después de una pausa entrecortada, como que cuando quería tomar aire para seguir contando, para seguir hablando y pestañando, este viejo, repantigado en una silla de madera astillada que rechinaba horriblemente cuando se mecía, el viejo, el que contaba. Entonces, así, retomaba el aire, hacía como que lo retomaba, y cuando una ráfaga de aire frío y entornillado se asomaba por su silla astillada, el viejo, el narrador, con una mano se rascaba la cabeza, botando todos sus cabellos en un momento y se los pegaba rápidamente, muy rápidamente, para ser un viejo con la otra mano; y así, el viejo se imprecisaba y continuaba.

"Gente joven para morir, para ganarle
al tiempo angustiado que piensa en la muerte,
pues a nosotros la muerte se nos abría,
los corazones, el corazón y la savia."

Y el viejo trataba de recordar más, de sus momentos en lontananza, aquellos más viejos aún, y si ya no se le ocurría algo más para dormir, el viejo se echaba a dormir, y dormía y dormía largamente, por mucho tiempo, repantigado en su silla astillada.

Un día ese viejo -esto me lo contó un viejo- ya no siguió contando, se acabó, al viejo lo veían, pero sólo así, lo veían, no hablaba, apenas miraba, apenas lo miraban, ya no pestañaba el viejo y muy ocasionalmente, casi nunca se rascaba la cabeza; y dice el viejo que el viejo se hizo un bastón de madera muy vieja, de un árbol viejo seguramente, y luego, solamente veían al bastón en la silla, al viejo, dice el viejo, ya no se sentaba nunca en la silla astillada, y sólo el bastón viejo quedó como recuerdo del viejo.

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